lunes, 14 de enero de 2008

El negocio de la droga en tiempos de guerra: el Líbano, el último ejemplo


"Una cosecha así no la veíamos desde hace por lo menos 17 años". En el soleado valle de la Bekaa, en Líbano, los cultivadores de hachís y de opio sonríen. Detrás de sus huertos de tomates, cebada y maíz, decenas de miles de plantas de marihuana han crecido sin problema alguno. Esta vez las cosas han ido muy bien.

Para preservar las plantaciones ilegales no tuvieron que disparar ni un solo tiro. Se podría decir que las fuerzas del orden se hubiesen volatilizado. Las plantas fueron recogidas en el momento justo y secadas con sumo cuidado para ser transferidas a laboratorios inaccesibles, en las cumbres de los riscos cerca de la frontera siria, donde se transforman en hachís. Buena parte de la cosecha ya ha tomado el camino de los países en los que será consumida.

Nadie se molesta en negar la realidad. La cosecha de cannabis alcanzó en 2007 una producción como sólo se veía en los años de la guerra civil, cuando las milicias rivales se dividían el territorio y conseguían con su comercio ilegal cientos de millones de euros.

Terminada la guerra, en 1990, el ejército y las fuerzas especiales consiguieron destruir en cinco años casi por completo las plantaciones de marihuana y de opio.


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