domingo, 6 de abril de 2008

Muchos enfermos viven mejor con la marihuana

¿Cuánto falta para legalizarla?, se preguntan prosélitos

Madrid / EL PAÍS

Habían pasado pocas horas desde su primera sesión de quimioterapia. Los dolores de Tatiana Enríquez, médico cubana de 39 años, eran insoportables. Su hematólogo, un hombre mayor, le sugirió: “fúmate un peta de maría”. Ella se lo tomó a broma, como una forma de suavizar la situación. No es que entre ellos hubiese una confianza afianzada por los años; se habían conocido cuando a ella le diagnosticaron un cáncer linfático unos meses antes. Tras la segunda sesión de quimio, los vómitos y las náuseas no cesaban. El médico insistió en su idea. No podía hacer nada más. “Él lo vio claro, lo que pasa, es que no podía recetármelo”. Un cultivo medicinal de Cannabis Sativa, en un laboratorio
universitario de Estados Unidos.



Durante las diez sesiones restantes, antes y después de cada una de ellas, Tatiana decidió consumir marihuana. “Era un momento de mi vida que había que pasar o moría, así que lo hice de la forma con la que menos iba a sufrir”, cuenta ahora, cuatro años después, con el cáncer prácticamente superado. Tatiana se siente además una agraciada. El equipo médico que la trataba, en un hospital público de Madrid, cuyo nombre prefiere obviar por posibles consecuencias, le permitía fumar la marihuana en las instalaciones. “Tú tráetela aquí, y si alguien te dice algo, que vengan a mí, que yo te he autorizado”, recuerda que le dijo su hematólogo. Desde entonces, el despacho de la sicóloga, que también estaba al tanto, fue el recoveco donde trataba de superar la quimioterapia.

Aunque su caso es peculiar, no es el único. El uso terapéutico del cannabis ha evolucionado notablemente en España desde finales de la década de los noventa y, sobre todo, a comienzos del siglo XXI. Las campañas de sensibilización de distintas asociaciones, y un cambio importante en cuanto a la percepción de la sustancia dentro del estamento médico, han conseguido que el interés por el uso medicinal de la marihuana, para paliar algunas enfermedades concretas, sea cada vez mayor. ¿Será posible que algún día el cannabis sea recetado como un fármaco convencional? ¿Cuánto queda y qué hace falta para que llegue ese momento? El cannabis hay que analizarlo dentro del contexto sociológico en el que se mueve. Unas 162 millones de personas lo consumen en todo el mundo. Es la droga ilegal con más adeptos. Existe un núcleo de población, sobre todo gente joven, que no ve en el consumo de marihuana efectos perniciosos.

Según la última Encuesta sobre Drogas y Alcohol del Ministerio de Sanidad, en España un 28.6% de la población ha consumido alguna vez cannabis, y un 8.7% lo hace todos los meses. En los últimos diez años, además, se ha multiplicado por tres el número de personas que lo consumen a diario. El Código Penal prohíbe la venta de cannabis, así como su posesión y consumo en lugares públicos. No así en lugares privados, donde sí se puede consumir. La venta de semillas está permitida desde hace años. La ley no distingue, sin embargo, entre uso terapéutico o lúdico. “Hay que romper esa barrera, desligar la utilización de la marihuana como fármaco de su uso recreativo; hay muchos enfermos que se podrían beneficiar de los principios de los cannabinoides si se separan ambos debates”, opina Joseba Pineda, profesor de Farmacología de la Universidad del País Vasco.

Aunque hay constancia de que se empleaba para tratar el reuma y la gripe allá por el 2,700 antes de Cristo, no es hasta el siglo XIX cuando el cannabis se convierte en uno de los preparados a los que la medicina recurre como anticonvulsivo, analgésico o antiemético. La aparición de fármacos sintéticos y la presión social y política, siempre por su carácter recreativo, consiguieron aislarlo desde principios del pasado siglo. Nada que no haya ocurrido en otros casos. Cualquier sustancia que ahora es ilegal --heroína, éxtasis, etc.-- se pensó, en un primer momento, como medicamento.

El caso de los opiáceos --la morfina es el más conocido-- es el que más se ajusta, según el profesor Pineda, a lo que está viviendo el mundo médico hoy en día. Como ocurrió hace años, “el estamento médico está evolucionando hacia la elaboración de ensayos clínicos, viendo qué productos derivados del cannabis pueden ser prescritos con total seguridad; el problema es que ahora hay una mayor exigencia, más restricción a la hora de determinar qué es un medicamento y qué no”, explica Pineda, quien no duda de que “todos, a distintas velocidades”, acabarán aceptando el uso medicinal de los cannabinoides.

Que algo se mueve en España ha quedad demostrado desde principios de este siglo. En 2001, la asociación catalana de ayuda a enfermas de cáncer de mama, Agata, inició una campaña de sensibilización y presionó a las autoridades para que permitiesen el uso terapéutico del cannabis. Ese mismo año, el Parlamento catalán aprobó, de forma unánime, una resolución dirigida al gobierno central en la que le instaba a “tomar todas las medidas administrativas necesarias para autorizar el uso medicinal del cannabis”. Cuatro años más tarde, se iniciaron los primeros ensayos clínicos, coordinados por el Instituto Catalán de Farmacología.


Para diversas enfermedades
Este plan piloto no ha sido un estudio de eficacia, sino de observación, enfocado a un grupo de 200 pacientes con esclerosis múltiple, anorexia producida por el VIH, o con náuseas y vómitos como consecuencia de la quimioterapia, entre otros síntomas. “Son personas con un estado de salud bastante precario, que habían recurrido a casi todos los tratamientos posibles y ninguno de ellos había surgido efecto”, explica la doctora Marta Durán, jefa de Farmacología del Hospital Vall d'Hebron, uno de los centros que ha participado en este novedoso proyecto. A falta de los datos definitivos, que se conocerán en breve, y que ninguno de sus impulsores --Departament de Salut de la Generalitat, Instituto de Farmacología, o los propios hospitales-- ha querido adelantar, sólo se tiene constancia del informe preliminar, publicado el pasado año. El 65% de los enfermos reconoce haber experimentado algún beneficio, un 10% no ha sentido mejora alguna, y un 25% tuvo que abandonar el tratamiento. Las partes implicadas sólo confirman que se mantiene esta tendencia y que los datos finales son “bastante esperanzadores”.

“Se ha abierto la puerta a pacientes que no tenían ningún tipo de esperanza. Y eso es que vamos por el buen camino”, explica la doctora Durán, siempre cauta en su razonamiento: “Los resultados no son espectaculares, se ha de ser bastante prudente, pero no hay duda de que pueden ayudar. Hay que ver el perfil, la dolencia, el tipo de paciente, pero siempre que se pueda ayudar, vale la pena”.


El Sativex, único extracto autorizado
En este plan piloto, el medicamento utilizado ha sido Sativex, el único extracto del cannabis que se comercializa como fármaco. Desarrollado por GW Pharmaceutical, se ha importado de Canadá, donde su uso está aprobado para el alivio del dolor neuropático con esclerosis múltiple. En España sólo se puede recurrir a él si el paciente está incluido en un programa de medicación extranjera o de uso compasivo. Sativex se utiliza como spray. El nebulizador se aplica cuatro veces al día debajo de la lengua. Cada pulsación del spray administra una dosis fija de 2.7 mg de tetrahidrocannabinol (THC) y 2.5 mg de cannabidiol (CBD), los principales cannabinoides exógenos activos.

Para los médicos, conocer la composición del medicamento de antemano es primordial, puesto que no supone lo mismo consumir la planta, que tiene tal variabilidad de proporciones, que en muchos casos puede suponer un riesgo al paciente. De ahí que, además, rehúsen bastante de la vía fumada y recomienden más la oral o sublingual, como es el caso del Sativex. “Fumar puede dañar mucho más el cuerpo, y además las concentraciones de THC y CBD pueden variar demasiado. En el primer caso, lo mismo consumes un 0.5% que un 20%”, advierte Raphael Mechoulan, Director de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Hebrea de Jerusalén. En Israel, comenta el investigador, el uso del cannabis está autorizado para pacientes con enfermedad de Crohn, en algunas enfermedades neurológicas y para abrir el apetito a ciertos pacientes.

Pocos dudan de que Sativex ha marcado un antes y un después, pero tanto médicos como asociaciones cannábicas reclaman que se siga investigando y ensayando con otro porcentaje de dosis más allá del 50% THC, 50% CBD. Si los cannabinoides son buenos, hay que aprovecharlos. Esa parece ser la máxima a partir de la cual quieren trabajar muchos médicos e investigadores. ¿Tienen la misma efectividad que un fármaco convencional? Rafael Borrás, vocal del Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, es bastante claro al respecto: “Hasta ahora, los fármacos del cannabis sobre los que se anda investigando son de segunda y tercera línea; mejoran la sintomatología del paciente, pero no son una cura. Así que hay dos opciones, cerrar los ojos y argumentar que como se trata de una sustancia ilegal, no hay nada que hacer, o seguir trabajando para ayudar a algunos enfermos”.

Esta última premisa, y el conocimiento de que cada vez más gente consumía marihuana con fines medicinales, hizo que Borrás y sus colegas farmacéuticos elaborasen el prospecto del cannabis, un documento informativo, de ayuda, que cualquiera puede obtener en internet.

Pero dentro del mundo de la medicina hay quien sigue cerrando los ojos y no acaba de creer, aunque resulte una paradoja, las evidencias científicas. “En general, para cualquier tratamiento es mejor emplear sustancias que extractos; cualquier iniciativa tiene que estar dentro de un marco claro, lo que hagamos tiene que aportar algo”, argumenta Ramón Colomer, Presidente de la Sociedad Española de Oncología. “No existe información científica suficiente, el uso terapéutico tiene más riesgos e incertidumbres, que beneficios y certezas”, añade.

Con la comercialización de Sativex, que los expertos no estiman hasta dentro de al menos un par de años, la marihuana como planta puede quedar relegada a un segundo plano en el uso medicinal. Mientras tanto, miles de enfermos siguen consumiéndola para paliar sus dolores. No hay ningún estudio que señale cuántas personas pueden llegar a consumir esta sustancia ilegal con fines medicinales, aunque estimaciones de algunos médicos apuntan a unas 50,000 personas. Fabián Quintela, burgalés de 43 años, lleva cinco en una silla de ruedas, como consecuencia de la esclerosis múltiple que padece. Como a tantos otros, su médico le recetó un tratamiento a base de relajantes musculares. El único objetivo era bajar la intensidad de los dolores, pero lo único que consiguió es dejarle el estómago destrozado y abrirle los esfínteres. “Tenía que controlarme para no hacerme las necesidades encima”, comenta resignado.

Un amigo le sugirió que probase con la marihuana, puesto que a un conocido, que padecía la misma dolencia, le había sido útil. El boca a boca, en este caso, parece el mejor ensayo clínico. El problema de Fabián no fue tanto decidirse a consumir cannabis, sino cómo conseguirlo, puesto que nunca antes lo había consumido. La opción más sencilla fue preguntarle a su sobrino, de 19 años, que alguna vez le había confesado que fumaba porros.

Al día siguiente tenía una bolsa llena de hojas verdes encima de su mesa. Poco tiempo después comenzó plantar distintos tipos de marihuana para ver cuál era la más conveniente. Fabián está orgulloso de su decisión. “Ahora al menos puedo hacer una vida normal”, asegura. Recurrir al mercado ilegal es la única solución que les queda a muchos enfermos, con los inconvenientes que ello conlleva: precio desmesurado, no saben realmente la sustancia que les están dando... En el caso de la esclerosis múltiple, el cannabis puede mejorar la espasticidad y aliviar el dolor, pero en el mercado ilegal, la sustancia que se encuentra tiene dosis muy bajas de CBD, el principio que actúa sobre la espasticidad muscular.


Chavalos la consiguen fácil
“Se produce además una situación absurda: a los que hay que proteger del acceso a la marihuana, que son a los chavalos, son los que más fácil la tienen. Los enfermos, sin embargo, es a quien más cortapisas se les pone”, critica Martín Barriuso, Presidente de la Federación de Asociaciones Cannábicas (FAC). Barriuso es además uno de los responsables de Pannagh (cannabis en sánscrito), una asociación vasca de usuarios de esta sustancia, un club de consumidores compuesto por 230 personas, de las cuales un 60%, casi todos mayores de 50 años, lo emplea para fines medicinales. En España hay unas tres docenas de asociaciones cannábicas, y una docena de clubs como Pannagh.

Todo aquel enfermo que quiera asociarse deberá pasar primero una entrevista personal y presentar un certificado médico en el que se demuestre que padece una enfermedad que pueda estar sujeta a un tratamiento con cannabis. Además de una cuota de socio, cada uno paga la marihuana que consume --se cultivan hasta doce tipos distintos--, siempre a precio de fábrica, es decir, mucho más barata que en el mercado ilegal. Por ejemplo, para un ciclo de quimioterapia normal, Barriuso calcula que son necesarios cinco gramos, lo que supondría 22.5 euros al enfermo.

Aunque aparentemente resulte sencillo, han tenido más de un problema. En octubre de 2005, la Policía detuvo a tres miembros de la entidad e intervino 150 kilos brutos de marihuana, que tras el proceso de secado y análisis se quedaron en 18. La Audiencia de Vizcaya, unos meses después, avaló a la asociación al entender que la plantación cumplía con los requisitos para ser considerada como “uso compartido”. Por aquel entonces, Pannagh contaba con 70 miembros.

El principal reproche que se les hace a este tipo de asociaciones es que por mucho que se sepa qué marihuana se cultiva, no tiene las mismas garantías que una dosis fija, como puede ser el caso del Sativex. “Es un fármaco interesante, pero no nos engañemos, no es más que una tintura alcohólica, algo que estamos intentando hacer en la asociación, pero que ningún laboratorio nos quiere analizar. Es la historia de siempre, tratamos con enfermos, que es una actividad legal, pero cuando queremos analizar marihuana, se nos impide conseguir esa seguridad”.

La separación del uso medicinal del lúdico llega a tales extremos que muchos reticentes a la autorización de la marihuana para paliar enfermedades argumentan que, una vez acabado el tratamiento, los enfermos corren un riesgo muy serio de seguir consumiendo cannabis con fines recreativos. Tatiana, la médico cubana, suelta una carcajada: “Mira, si alguien entra ahora en este bar y se pone a fumar a mi lado, yo me tengo que ir al otro extremo, es un olor que en su día relacioné con alivio, pero que pasado el tiempo lo asocio a uno de los peores momentos de mi vida”.

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