
Grupos de investigación en distintas universidades norteamericanas y europeas han comenzado a desempolvar trabajos que iniciaron sus colegas hace ya más de 60 años en los que exploraban las posibilidades terapéuticas de sustancias como el LSD, psilocybin, DMT, MDMA, ibogaine y ketamina.
Hasta 1972 se habían puesto en marcha más de 700 investigaciones relacionadas con los efectos benéficos de estas sustancias, pero las políticas antinarcóticos promovidas por los gobiernos a lo largo de los 60 y 80, la maldición social que cayó sobre ellas dificultó a los científicos continuar explorando este arsenal de medicamentos.
Tímidamente, pero cada vez con más entusiasmo por los resultados positivos en grupos de voluntarios, desde 1990 los científicos acumulan argumentos y datos para convencer al mundo de que las “drogas psicodélicas” pueden albergar la respuesta para complejas enfermedades como la depresión, el síndrome de estrés postraumático, migrañas, desorden obsesivo-compulsivo, incluso para acompañar a los pacientes con cáncer terminal y, paradójicamente, para tratar adicciones al alcohol y otras drogas.
De acuerdo con David Jay Brown, miembro de la Asociación Multidisciplinaria para Estudios Psicodélicos, una organización que recauda fondos para promover estas investigaciones, y quien recientemente publicó un interesante artículo en la revista Scientific American sobre el tema, “aún son poco claros los mecanismos neuronales a través de los cuales estas drogas producen sus resultados benéficos, pero los efectos psicoactivos que provocan las convierten en potenciales herramientas terapéuticas”.
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